No soy religioso, pero vine a Panamá y peregriné al santuario del Cristo Negro de Portobelo. Los motivos son a la vez misteriosos y clarísimos. Estaba comprometido a recorrer el país del Pacífico al Atlántico y de vuelta, pero elegí Portobelo como destino un tanto por capricho, y otro tanto animado por Celso, mi guía y conductor de la ruta, originario de la provincia de Colón y gran creyente en los milagros. En Portobelo, me dijo, hay restos de fortificaciones virreinales desde las que se resistieron las incursiones de los malditos piratas británicos, y se encuentra además un Cristo de madera negra muy venerado, sobreviviente de un naufragio, al que las olas del Caribe llevaron a la costa (en otras versiones, la imagen llegó por error, confundida con un San Pedro que terminó en la isla de Taboga, pero me quedo con la explicación mágica).
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