José Luis Santos vive en la calle y duerme en una cueva. Habla atropellado y se mueve con gestos nerviosos, casi espasmódicos, secuelas de los años a la intemperie. La noche del lunes una tormenta rompió sobre su cerro en Naucalpan. “En la cueva se cayó un pedazo de arriba enfrente de la fogata que tengo yo y me quemó en la mano izquierda, pero los doctores me atendieron, me quitaron una parte de la piel de mi mano y me pusieron guantes para que no se me infectara. Se sintió como un temblor, como en el 85”. Todavía lleva los guantes de plástico blanco y la gasa que cubre la herida. Delicadamente enciende una decena de velas que ha colocado sobre una tabla de madera. Son el humilde homenaje de la colonia La Raquelito a las seis personas que sepultó la tierra y el mismo agua que hundió el techo de la cueva.
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