La memoria del olvido, el olvido de la memoria. Hace 42 años, el 2 de abril de 1982, comenzaba uno de los pocos conflictos armados entre una potencia nuclear y un Estado de América Latina en la historia del continente. Fueron 74 días de guerra. Fallecieron 649 soldados argentinos y 255 británicos. La guerra de las Malvinas terminó con la derrota argentina y la renuncia del dictador Leopoldo Galtieri (1926-2003). Un enfrentamiento por un territorio —en discusión durante 500 años— localizado a 600 kilómetros de la costa de Argentina y a 12.000 del Reino Unido. Pese al valor geoestratégico, su economía mezcla la cría de ovejas, la pesca y los cruceros. Pero algo cambió en 2010. La compañía británica Rockhopper descubrió enormes reservas de petróleo en el yacimiento Sea Lion (León Marino), a unos 220 kilómetros de la costa argentina. En una zona del Atlántico Sur donde los vientos aúllan y las olas rolan el cielo.
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El riesgo de una prosperidad de ‘ahora’
La Administración de las islas Malvinas ha abierto la puerta a una “prosperidad” sencilla. Más sencilla que la cría de ovejas, el turismo o la pesca. Es un atajo en el tiempo. El futuro ni es el gas ni el petróleo. Pero las personas viven en el presente. El crudo del yacimiento León Marino (a 150 millas de la costa argentina) sería procesado por un buque flotante de producción, almacenamiento y descarga con petroleros que se llevarían el oro negro para venderlo en los mercados energéticos mundiales. Poco o nada llegaría al Reino Unido; mucho a Malvinas. Importar las ganancias, exportar los problemas medioambientales.