Dos canchas de rugby, una al lado de la otra, se dividen el protagonismo. Son las 3.00 de la tarde de un nublado sábado entre las montañas del Ajusco, pero a los jugadores y jugadoras de las dos canchas no parece preocuparles que, cada tanto, entre una ráfaga de viento que enfría el pasto y las piedras volcánicas de la zona.
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